Hay costumbres y fonemas
que ya han caído en desuso;
así, de modo confuso,
las presento en este esquema:
Ya no bautizan Zulemas
ni tampoco Doralisas;
no hay alforza en las camisas
ni bombacha con bastilla;
tampoco van las chiquillas
con velo para la misa.
Nadie le teme a los rusos,
tampoco al viejo del saco,
ya nadie sabe del Raco
ni de las lluvias a chuzo.
Mi pescadero compuso
los huesos de los vecinos:
A falta de un buen choapino
siempre bueno fue un gangocho.
Cacharpeados pa’l dieciocho
partíamos pa’l Causiño!
Ya no se usa la enagüilla,
ni se enciende un buen brasero;
la guagua con ombliguero,
bien envuelta en la mantilla.
No se usan las colillas
cuando duele la cabeza;
ni lavar ropa en l’artesa,
con el agua de quillay,
o los trenes a LlayLlay
que mataban la tristeza.
Ya no se pela a los reos
ni tampoco al colegial
(tratándolos por igual,
los soltaban al recreo).
Ya no se usa el guarda-peos
(con permiso del lector)
ni se desarma el colchón
pa’ darle guasca a la lana
para así, blanda la cama,
‘ta lista pa’ la función.
Poco se usan los visillos,
mucho menos, los postigos,
las galochas, los abrigos
o botón en los fundillos.
Los soquetes al tobillo,
suspensores con botón
y de sombrero, un morrión
que modera los coscachos
y también los raspacachos
al jugar paco-ladrón.
No se usa la bacinica
(también llamada pelela)
ni candelabros con velas
ni comprar en la botica.
No se oye a Lucho Gatica
tampoco al cuate Negrete,
los chistes de Firulete
ni las comedias radiales.
Añoro aquellas pascuales
fiestas, tirando cuetes.
Los pungas del vecindario
eran nuestra policía:
ningún fuerino podía
cogotear en nuestro barrio.
Pocos tenían canario,
muchos, su gallinero,
y molí con mucho esmero
el chancado pa’ los pollos,
en una piedra con hoyos
que le llamaban mortero.
Ya no se ve el trolebus
ni relojes de bolsillo;
ya no quedan conventillos
ni puertas con tragaluz.
No se raciona la luz,
carne, leche o lo demás,
ni le vienen a avisar
que tiene usted telegrama,
o que llegó, pa’ las damas,
el Polvo de Solimán.
Ya no hay carbonerías
ni se conoce el emporio,
las manguillas de escritorio,
tampoco las mercerías.
La góndola que tenía
mi abuelo, pasaba en pana.
Te llevaban a la cana
si estrilabai contra el pulpo.
La harina pa’ hacer el ulpo
se tostaba en la callana.
Les corrían sus coscachos
a los cabros palomillas
que s’iban a la capilla
gritando: ¡Pairino Cacho!
Y por montarse en el macho
le aforraron un moquete
a un gancho muy re catete
que andaba botado a pucho;
un soplamocos muy ducho
lo dejó como un paquete.
No se juega tres hoyitos,
no se conoce el emboque,
¡qué decir del palitroque
del trompo o de los chirlitos!
Los pavos y chonchoncitos
están pasando a la historia;
descansarán en la Gloria
igual que l’ hachita y cuarta.
Ahora es tiempo que parta
a encambuchar mi memoria.